Nebulossa, los próximos representantes de España en Eurovisión, molan ya desde el nombre, con este punto kitsch acentuado por el doble Sí, como si surgiera de las profundidades de uno caja subterráneo. Por eso no son precisamente un rollo de sombrero en una escena tan juvenil: la vocalista Mery Bas desprecia cierta elegancia extra radiofónica y el productor Mark Dasousa, con su pelo rizado y recogido como un alemán, bien podría ser miembro de Kraftwerk. , pioneros de tecno. Vendrá si uno pop tecnológico desde el patio de atrás, más bien susurrado, sin desenlace épico, acabará en Eurovisión, teniendo siempre en cuenta que buena parte del interés (y del revuelo) viene de la carta, que gran parte eurofan No lo entenderé. Es inevitable pensar en Fangoria, en aquel hijo Alaska y Nacho Canut: lanzándose al mundo de los punks como los Vulpes, en los años 80, y ahora parece ser el modelo que replica Nebulossa.
Precisamente, los exégetas de lo eurovisivo han hecho comparaciones Zorra de Nebulossa con me gusta ser una zorra de las Vulpes, que era una versión de Quiero ser tu perro, un protopunk de los Stooges de Iggy Pop (el nombre de la banda, Vulpes, proviene de la palabra latina para raposos). Y efectivamente, tenéis puntos en común: el espíritu provocador y la palabra zorra.
Pero comparten posturas muy distintas: los Vulpes, chavalas punk de la época más genuina, cuando el punk no estaba ligado a Inditex, se declaraban zorras con todo el sobra, para escaparse a burgués (como el epataron). La carta de Nebulossa, en cambio, forma parte de un recelo: lo que hace que se le llame loca: cuando sube de noche, cuando se desvía, cuando alcanza sus objetivos (“jamás es porque me merezco”, dice la canción, “todavía estaba empezando el mundo / nadie vale ni un segundo”). La voz lírica, interpretada por Bas, es dulce y quiere volver al final de este dolor, darle sentido, liberarse. “Lapídame, si ya total / soy una zorra de postal”. Las Vulpes prefieren tocarse las narices, más miramientos.
Lo sorprendente es lo que muchos de los críticos describen Zorra consideran que la canción pone en valor el término (como, de hecho, la “gustara ser una zorra”) cuando lo critica de forma más irónica. Lo que dice Zorra, al fin y al cabo, es “no me llaméis zorra”. Si dice que es soez, pero es precisamente el garrulismo machista del que dice “zorra” lo que critica. He oído que la comprensión de la ironía está disminuyendo en las generaciones jóvenes, pero, como se ve, también en los grandes cuentos, que han puesto el grito en el cielo pidiendo la canción. Se supone que el tema tiene el aire del hombre feminista y contribuye al rechazo reaccionario (que vive por sí solo gracias a las crecientes redes digitales de la sociedad). facosfera), tanto para algunos de los que no entienden la carta como para algunos de los que sí: se trata de lo que se trata.
El escándalo de los Vulpes en RTVE, que le costó el puesto a Carlos Tena, que generó columnas de papas como Camilo José Cela o Paco Umbral (“a mí no me parecen porno las Vulpes (…) a mí quien me parece porno es Bertín Osborne” , escribió Umbral en este periódico) y hasta una disputa con la Hacienda General del Estado, que se produjo hace más de 40 años. Sorprende que se escandalice como está pasando en una sociedad que se cuida de espantos y no se vende por cuatro décadas de nacionalcatolicismo. Pero, de hecho, es cierto que hay delito, sin delito no hay transgresión: el delito alberga un sentimiento de dignidad y el delincuente tiene una cierta distinción punk. Todo el mundo disfruta, sobre todo, del hiperespectáculo eurovisión.
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